Por Lic. Esteban Fernandez
La máxima cartesiana que reza ¨
pienso, luego existo ¨ intenta dar cuenta de la certeza de la existencia a
partir de la duda. Se puede dudar de la vigilia, del sueño, del día y la noche,
de Dios, del tiempo y del espacio. Pero de lo que no se puede dudar…es de que
se duda. Hay algo que alberga la duda, el pensamiento o la razón y ese algo es
un ser.
Sobre este tipo de afirmaciones
descansa el lente interpretativo moderno a la hora de entender la existencia,
el ser o el yo. Es innovador si se tiene en cuenta que la edad media tiene un
fuerte andamiaje en la Fe, la que podría entenderse como el reverso de la duda.
No es casualidad que la ciencia gane terreno hasta convertirse en el modo
hegemónico de pensar, donde la cuestión de la existencia solo puede buscarse
mediante el método y la razón.
El ser, en el mundo moderno, se
cuantifica. Se mide, se compara, se clasifica, se
categoriza, se etiqueta, etc. El ser entra al laboratorio. La duda y la razón
definen la posibilidad de existencia, y definen el método con la cual venir a
dar cuenta del grado, cantidad y calidad de existencia que allí habita.
La manera en que la ciencia enmarca
a la subjetividad, va más allá de las fronteras del laboratorio y se vuelve un
mecanismo social de identificación del yo con el ser[1]. Ante las dudas existenciales que la religión
ya no puede responder, hace falta una piedra de toque que resguarde al hombre
de la angustia del no-ser. Ese interrogante, que apunta inevitablemente a una
cuestión profundamente metafísica o abstracta, es contestada con algo tangible,
concreto y que permite al ¨ si mismo ¨
medirse y definirse de algún modo.
El psicoanálisis defiende la idea de
que la angustia es universal para el hombre. Entiende que hay hombre allí donde
el mero ¨ cachorro humano ¨ es ¨ traumatizado ¨ por el efecto del lenguaje, es
decir, de la cultura. La irrupción del
sistema simbólico y su orden artificial, que precede al nacimiento de cada
persona, vuelven al ser natural del humano una mera circunstancia mítica. Lo Real queda perdido por efecto del Símbolo,
el cual introduce la falta en ser. Lo Simbólico nunca es lo Real, pues lo Real
es aquello que queda por fuera de lo Simbólico. En otras palabras, el orden
natural en el ser humano nunca fue tal, pues esta perdido de entrada debido al
lenguaje. No hay ser, puesto que esta perdido. El objeto del instinto no
existe, y la relación del ser con el mundo no puede ser mas que perversa, en el
sentido de que no hay manera de que pueda volver a ser natural. Por supuesto
que hay un orden, pero no esta dado por un apriorismo biológico, sino que es
construido sobre el símbolo que encarna a la ley.
En resumen, la condición del hombre
es aquella que necesariamente conlleva a la perdida irreparable de una
identidad Real. Y de allí el mecanismo de las identificaciones imaginarias,
tratando de emparchar esta falta universal introducida por el orden simbólico.
A lo largo de la obra de Freud se
encuentran sobradas referencias a la novela familiar en la que se pone en juego
una dinámica de amor y odio del niño para con sus padres [y de los padres para
con el niño]. Categorizado como Complejo de Edipo, se describen las vicisitudes
de la puesta en juego de la pulsión humana en el encuentro con la ley que la
ordene en pos de la inclusión del individuo en la sociedad. Es casi un cliché
que el varoncito ubique a su madre como el primer objeto de amor y, como
consecuencia de esta actividad libidinal, a su padre como un rival al cual odia
de muerte.
Cualquiera sea la trama que se
despliegue en el complejo edípico de una persona, no deja de ser mas que un
recubrimiento imaginario, una novela fantaseada y construida por la neurosis de
cada uno, sobre un agujero estructural que se vuelve insoportable para el ser.
Podría decirse, forzando las cosas, que el Edipo no es más que el modo
neurótico de no saber nada de la falta, de lo imposible, de la castración, de
la muerte y de la falta en ser.
La prohibición del incesto,
introducida por la función paterna dentro del complejo de Edipo, imprime la ley
simbólica que castra al niño [y a la madre], que separa, que ordena y limita. El
goce total es imposible, la unión perfecta es mítica, la finitud se hace
patente y el ser cae en la cuenta de su incompletud y de la del prójimo. El
sujeto se enfrenta con la muerte, con el agujero y opta por taponarlo. Allí
donde lo Real [donde podría ubicarse al goce total, instintivo, completo] queda
agujereado por el atravesamiento de lo Simbólico [por ejemplo, el Deseo materno
y la Ley paterna], el sujeto ubica una ficción imaginaria [el complejo de Edipo
tal y como se lo encuentra en la obra freudiana] para no saber nada de eso que
sabe. Ante la angustia se ubica el tapón.
En ese lugar determinado aparece el
Falo como significante que no significa nada. Aquello que tapa el agujero del
Otro, que le da sentido al Deseo materno y que vendría a completarlo es Falo.
El sujeto pasa a identificarse con el mismo, según la ficción imaginaria que
rodee al significante, en pos de completar al Otro y en el mismo movimiento, completarse
a si mismo. Pero en una secuencia lógica, el sujeto pasa de Ser Falo que Tener falo.
De esta manera, la persona ordena su vida en el tener o no tener, tanto
varones como mujeres. La consecuencia imaginaria del complejo de Edipo del
varón es, por lo general, la amenaza de castración que lo acompaña a lo largo
de su vida. De esta manera, se considera feliz mientras Tenga falo [representado
por un auto, una propiedad, dinero, prestigio, sabiduría, una mujer, el pene
mismo, etc.] y sentirá la amenaza de desestabilización emocional en cuanto a la
posibilidad de Perder falo, siendo muy común la obsesión.
En el caso de la mujer, la cuestión
de No Tener falo esta desde el punto de partida y su posición será mas vertida
hacia la cuestión del reclamo al otro, que le debe algo. En otras palabras, no
tiene y quiere tener.
Sea como sea, ambas ficciones
fálicas giran en torno al tener o no tener. El ser, en cuanto es no-ser, se
identifica a algo mas o menos medible. Eso es lo que permite el falo. No hay
nada ¨ natural ¨ que especifique que la vida del ser humano se deba debatir
entre el tener o no tener, sino que es un recurso contra la angustia del no
ser. Es preferible adormecerse en los avatares del falo que enfrentarse a la
angustia que le hace de soporte lógico a toda esa escenificación neurótica.
La modernidad hace un altar de esta
dinámica del ser = tener, propia de lo humano, y la potencia a niveles sin
antecedentes en la historia obteniendo fenómenos como el del consumismo masivo
y un orden capitalista desmedido y salvaje. En pocas palabras, el parche a la
angustia existencial de la época puede resumirse en Tengo, luego existo.