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martes, 5 de marzo de 2013

¿Sirven los Psicofármacos?






¿Sirven los Psicofármacos?




Según el efecto que provoquen, pueden encontrarse los siguientes grupos de psicofármacos: ansiolíticos,   antidepresivos,  antipsicóticos  e hipnóticos, entre otros. Dentro de cada grupo hay una gran diversidad de drogas y marcas que deben ser prescriptas por un profesional médico.

Si los psicofármacos tienen efectos absolutamente demostrables, quedaría por sentado que sirven. Y podemos afirmar que sirven, sin lugar a dudas. Quizás la pregunta más importante sea esta: ¿Para qué sirven los psicofármacos?

Podría decirse que la medicación psiquiátrica actúa directamente sobre el organismo, inhibiendo o estimulando sus funciones según el cuadro clínico que amerite tal o cual efecto. Por ejemplo, si se trata de un cuadro depresivo, el fármaco actuará en el cuerpo provocando una estimulación intentando revertir el ¨ aletargamiento ¨ del paciente. Por otro lado, si el padecer se asocia a cuestiones de ansiedad lo que se prescribirá será, lógicamente, un ansiolítico que inhiba el mecanismo físico que da lugar a tal manifestación en la persona.
Pero, ¿es lo mismo impedirle al cuerpo sentir el padecer que solucionar lo que lleva a la persona a tal sufrimiento?

Muchos pacientes que tienen o tuvieron la experiencia del psicofármaco expresan que, bajo los efectos de la sustancia, ¨ no son ellos mismos ¨ o ¨ están como adormecidos ¨. Esto sucede así porque la medicación sirve, si, pero a modo de analgésico del alma , si se me permite la expresión.

Si bien es el organismo el sostén de las sensaciones, no significa que sea el causante de las mismas. Comparar un cuadro de alteración orgánica (por ejemplo, causado por un virus) con uno de padecimiento psicológico, como si fueran equivalentes, lleva a que muchos profesionales aborden la problemática de una manera no del todo favorable.

Desde el psicoanálisis lacaniano se aborda la enfermedad mental desde 3 registros fundamentales: lo real, lo simbólico y lo imaginario. Sin entrar en detalles excesivos, la tendencia de la psiquiatría contemporánea es intervenir casi pura y exclusivamente en uno de esos tres registros: el de lo real del cuerpo. Se comprenderá rápidamente que la idea del psicoanálisis no es dejar de lado el interés por lo orgánico, sino de que éste sea incluido junto a los otros dos, al mismo tiempo que la psiquiatría excluye lo simbólico y lo imaginario. En otras palabras, mientras que la psiquiatría reduce la problemática a la naturaleza de las sinapsis neuronales, el psicoanálisis intenta abrir el campo de intervención e introducir el cuerpo como parte de la problemática, no como el inicio y el fin de la misma.

Un ejemplo sencillo graficará mejor lo expuesto: una persona que pierde sorpresivamente su trabajo puede sentir un incremento de la ansiedad (aunque no necesariamente tuviera que suceder de esta manera). Se puede medicar a esa persona para inhibir las funciones orgánicas que le permiten sentir esa ansiedad, pero poco se soluciona la problemática que dio lugar a la aparición de ese malestar, que está relacionado con la vida de esa persona. El trabajo puede representar para esa persona el real sustento de vida de él y de su familia, al mismo tiempo que también pueden ponerse en juego cuestiones imaginarias donde el ego o el yo sufre una herida grave, dependiendo del lugar simbólico e inconciente en que ese trabajo se ubicaba en la trama psíquica del paciente. 

El psicoanálisis no niega la importancia de la intervención por medio de psicofármacos, sino que los incluye como posibilidad según el caso y entendiendo que lugar ocupa y cual es la limitación de los mismos.

En conclusión, la medicación psiquiátrica sirve, por lo general, para calmar un padecer y hacer desaparecer una sintomatología especifica, pero nada puede hacer para resolver lo que dio lugar a ese cuadro







Por Lic. Esteban Fernandez

MP 83605/ MN 50316

Contacto: lic.esteban.fernandez@gmail.com / tel: 15 3950 6199










martes, 4 de septiembre de 2012

Tengo, Luego Existo


Por Lic. Esteban Fernandez



La máxima cartesiana que reza ¨ pienso, luego existo ¨ intenta dar cuenta de la certeza de la existencia a partir de la duda. Se puede dudar de la vigilia, del sueño, del día y la noche, de Dios, del tiempo y del espacio. Pero de lo que no se puede dudar…es de que se duda. Hay algo que alberga la duda, el pensamiento o la razón y ese algo es un ser.

Sobre este tipo de afirmaciones descansa el lente interpretativo moderno a la hora de entender la existencia, el ser o el yo. Es innovador si se tiene en cuenta que la edad media tiene un fuerte andamiaje en la Fe, la que podría entenderse como el reverso de la duda. No es casualidad que la ciencia gane terreno hasta convertirse en el modo hegemónico de pensar, donde la cuestión de la existencia solo puede buscarse mediante el método y la razón

El ser, en el mundo moderno, se cuantifica. Se mide, se compara, se clasifica, se categoriza, se etiqueta, etc. El ser entra al laboratorio. La duda y la razón definen la posibilidad de existencia, y definen el método con la cual venir a dar cuenta del grado, cantidad y calidad de existencia que allí habita.

La manera en que la ciencia enmarca a la subjetividad, va más allá de las fronteras del laboratorio y se vuelve un mecanismo social de identificación del yo con el ser[1].  Ante las dudas existenciales que la religión ya no puede responder, hace falta una piedra de toque que resguarde al hombre de la angustia del no-ser. Ese interrogante, que apunta inevitablemente a una cuestión profundamente metafísica o abstracta, es contestada con algo tangible, concreto  y que permite al ¨ si mismo ¨ medirse y definirse de algún modo.

El psicoanálisis defiende la idea de que la angustia es universal para el hombre. Entiende que hay hombre allí donde el mero ¨ cachorro humano ¨ es ¨ traumatizado ¨ por el efecto del lenguaje, es decir, de la cultura.  La irrupción del sistema simbólico y su orden artificial, que precede al nacimiento de cada persona, vuelven al ser natural del  humano una mera circunstancia mítica.  Lo Real queda perdido por efecto del Símbolo, el cual introduce la falta en ser. Lo Simbólico nunca es lo Real, pues lo Real es aquello que queda por fuera de lo Simbólico. En otras palabras, el orden natural en el ser humano nunca fue tal, pues esta perdido de entrada debido al lenguaje. No hay ser, puesto que esta perdido. El objeto del instinto no existe, y la relación del ser con el mundo no puede ser mas que perversa, en el sentido de que no hay manera de que pueda volver a ser natural. Por supuesto que hay un orden, pero no esta dado por un apriorismo biológico, sino que es construido sobre el símbolo que encarna a la ley.

En resumen, la condición del hombre es aquella que necesariamente conlleva a la perdida irreparable de una identidad Real. Y de allí el mecanismo de las identificaciones imaginarias, tratando de emparchar esta falta universal introducida por el orden simbólico.

A lo largo de la obra de Freud se encuentran sobradas referencias a la novela familiar en la que se pone en juego una dinámica de amor y odio del niño para con sus padres [y de los padres para con el niño]. Categorizado como Complejo de Edipo, se describen las vicisitudes de la puesta en juego de la pulsión humana en el encuentro con la ley que la ordene en pos de la inclusión del individuo en la sociedad. Es casi un cliché que el varoncito ubique a su madre como el primer objeto de amor y, como consecuencia de esta actividad libidinal, a su padre como un rival al cual odia de muerte.

Cualquiera sea la trama que se despliegue en el complejo edípico de una persona, no deja de ser mas que un recubrimiento imaginario, una novela fantaseada y construida por la neurosis de cada uno, sobre un agujero estructural que se vuelve insoportable para el ser. Podría decirse, forzando las cosas, que el Edipo no es más que el modo neurótico de no saber nada de la falta, de lo imposible, de la castración, de la muerte y de la falta en ser.

La prohibición del incesto, introducida por la función paterna dentro del complejo de Edipo, imprime la ley simbólica que castra al niño [y a la madre], que separa, que ordena y limita. El goce total es imposible, la unión perfecta es mítica, la finitud se hace patente y el ser cae en la cuenta de su incompletud y de la del prójimo. El sujeto se enfrenta con la muerte, con el agujero y opta por taponarlo. Allí donde lo Real [donde podría ubicarse al goce total, instintivo, completo] queda agujereado por el atravesamiento de lo Simbólico [por ejemplo, el Deseo materno y la Ley paterna], el sujeto ubica una ficción imaginaria [el complejo de Edipo tal y como se lo encuentra en la obra freudiana] para no saber nada de eso que sabe. Ante la angustia se ubica el tapón.

En ese lugar determinado aparece el Falo como significante que no significa nada. Aquello que tapa el agujero del Otro, que le da sentido al Deseo materno y que vendría a completarlo es Falo. El sujeto pasa a identificarse con el mismo, según la ficción imaginaria que rodee al significante, en pos de completar al Otro y en el mismo movimiento, completarse a si mismo. Pero en una secuencia lógica, el sujeto pasa de Ser Falo que Tener falo. De esta manera, la persona ordena su vida en el tener o no tener, tanto varones como mujeres. La consecuencia imaginaria del complejo de Edipo del varón es, por lo general, la amenaza de castración que lo acompaña a lo largo de su vida. De esta manera, se considera feliz mientras Tenga falo [representado por un auto, una propiedad, dinero, prestigio, sabiduría, una mujer, el pene mismo, etc.] y sentirá la amenaza de desestabilización emocional en cuanto a la posibilidad de Perder falo, siendo muy común la obsesión.  

En el caso de la mujer, la cuestión de No Tener falo esta desde el punto de partida y su posición será mas vertida hacia la cuestión del reclamo al otro, que le debe algo. En otras palabras, no tiene y quiere tener.
Sea como sea, ambas ficciones fálicas giran en torno al tener o no tener. El ser, en cuanto es no-ser, se identifica a algo mas o menos medible. Eso es lo que permite el falo. No hay nada ¨ natural ¨ que especifique que la vida del ser humano se deba debatir entre el tener o no tener, sino que es un recurso contra la angustia del no ser. Es preferible adormecerse en los avatares del falo que enfrentarse a la angustia que le hace de soporte lógico a toda esa escenificación neurótica.

La modernidad hace un altar de esta dinámica del ser = tener, propia de lo humano, y la potencia a niveles sin antecedentes en la historia obteniendo fenómenos como el del consumismo masivo y un orden capitalista desmedido y salvaje. En pocas palabras, el parche a la angustia existencial de la época puede resumirse en Tengo, luego existo.




[1] Hay que destacar que el yo debe ser entendido como una parte del ser, y no como un sinónimo. 

martes, 26 de junio de 2012

Retrato de Sigmund Freud, por Lic. Esteban Fernandez




Sigmund Freud, por Lic. Esteban Fernandez




(Freiberg, 1856 - Londres, 1939) Neurólogo austriaco, fundador del psicoanálisis. El hombre que habría de revolucionar la psicología clínica y la psiquiatría, se inclinó relativamente tarde hacia el estudio de la Medicina. Se matriculó en la Facultad vienesa de esta ciencia (su familia se había trasladado a Viena en 1859) tras la lectura de las obras de Darwin y de un ensayo de Goethe.
Graduado en 1881, se interesó al principio por la fisiología del sistema nervioso y la anatomía cerebral. Obtenida en 1885 la habilitación para la enseñanza libre de la neuropatología, se dedicó, no obstante, muy pronto a la psiquiatría y marchó aquel mismo año a París para seguir los cursos de Charcot en la Salpétrière, estudiar sus teorías y familiarizarse con las técnicas hipnóticas empleadas por éste en el tratamiento del histerismo y de otros trastornos nerviosos.
Vuelto a Viena (1886), contrajo matrimonio con Martha Bernays, y luego regresó, aun cuando por breve tiempo, a Francia, a fin de aprender en Nancy los métodos hipnosugestivos de cura de Bernheim. De nuevo en su patria, y no demasiado satisfecho (el hipnotismo terapéutico no resultaba fiel y la etiología del histerismo no quedaba explicada), se interesó por el sistema seguido antes por un colega mayor que él, Joseph Breuer, en la curación de una joven histérica mediante el empleo del hipnotismo, no ya para anular los síntomas, sino para superar las inhibiciones de la paciente y hacerle evocar detalles de su vida pasada en relación causal con tales síntomas, pero tenazmente olvidados (método "catártico").
Sigmund Freud trabajó en el mismo sentido y publicó en 1895, con Breuer, Estudios sobre la histeria(Studien über Hysterie). El sistema contenía en germen la terapéutica psicoanalítica y había aclarado la existencia de conflictos ideoafectivos inconscientes como premisas y causas de una condición neurótica; el traslado, en el síntoma, de energías psíquicas no liberadas y, finalmente, la posibilidad técnica de un retorno de la afectividad atascada a sus vías normales de flujo.
Se presentaban, no obstante, dos problemas: primeramente, la posibilidad de una técnica menos insegura que el hipnotismo para la debilitación de las inhibiciones y la evocación de los recuerdos; en segundo lugar, la naturaleza de las emociones y energías psicodinámicas en juego. A la primera cuestión respondió Freud con la sustitución de la hipnosis por la técnica del relajamiento y de las "asociaciones libres", según la cual el paciente es invitado a hablar con absoluta libertad de cuanto llega a su mente y a vincular una idea con otra sin un orden establecido previamente; solucionó la segunda admitiendo en buena parte la naturaleza sexual de las emociones relacionadas con las situaciones olvidadas.
Llegados a este punto (1896-97), Breuer y Freud acabaron por separarse. Había nacido el psicoanálisis freudiano, entendido como técnica de exploración del subconsciente, psicoterapia y teoría psicológica general. Freud descubrió sucesivamente que los contenidos alejados de la conciencia ("removidos") podían expresarse no sólo en los síntomas neuróticos, sino asimismo en otros aspectos no meramente patológicos, y sobre todo en los sueños (a cuya interpretación dedicó una obra fundamental,La interpretación de los sueños, 1900) y en muchos actos insignificantes de la existencia corriente (Psicopatología de la vida cotidiana, 1904).
La sexualidad del adulto le pareció condicionada, singularmente en el neurótico, por hechos y experiencias de la infancia; de la evolución del impulso sexual a partir de la primera infancia trató en la obra Tres contribuciones a la teoría sexual (1905). Más adelante, Freud estableció la psicodinámica de los conflictos del subconsciente en la interacción de tres componentes psíquicas de la personalidad: el Ello, el Yo y el Super-Yo, cuya naturaleza y función describió en varios textos de su madurez, Más allá del principio del placer (1920), Psicología de las masas y análisis del Yo (1921) y El Yo y el Ello (1923).
Al principió, creyó que a los instintos sexuales se oponían impulsos de autoafirmación, que denominó "instintos del Yo"; posteriormente describió los conflictos instintivos fundamentales en términos de amor y destrucción ("Instintos del Eros" e "instintos de la muerte"). Ciertas relaciones entre las manifestaciones neuróticas y las costumbres de los pueblos salvajes le indujeron a estudiar algunos problemas importantes de la psiquis primitiva; apareció así en 1913 la obra Totem y Tabú, que aclara varios de los más arcaicos mecanismos del subconsciente.
Mientras tanto, diversos estudiosos de distintos países habían comprendido el extraordinario valor de los descubrimientos de Freud y, agrupados en reuniones, fundaron con él la Asociación Psicoanalítica Internacional (1910) y los primeros periódicos dedicados exclusivamente al psicoanálisis. La notoriedad de Freud atravesó el Océano; en 1909, la Clark University (Worcester, Massachusetts) consiguió que celebrara una serie de conferencias.
Las lecciones que dio Freud en la Universidad de Viena durante los años de la primera Guerra Mundial fueron reunidas por él mismo en Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1917), completadas por una nueva serie aparecida en 1932. A 1926 pertenece el profundo estudio sobre la angustia,Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Sympton und Angst). Ya en 1920, tras dieciocho años pasados como encargado de curso, Freud, a los sesenta y cuatro, había sido nombrado finalmente profesor ordinario de la Universidad de Viena. En 1930 se le concede el premio Goethe de la ciudad de Francfort.
Ocupada Austria por los alemanes (1938), Freud que era israelita, se vio obligado a expatriarse y marchó, con algunos familiares y discípulos, a Londres, donde murió al año siguiente. En la última etapa de su vida consagró una atención cada vez mayor a los problemas sociales, religiosos y políticos; aparecieron, así, El malestar en la civilización (1903) yMoisés y el monoteísmo (1939). Verdadero gigante del intelecto y hombre de suprema integridad moral y científica, Freud pertenece al exiguo número de aquellos que han transformado toda una cultura y cambiado el curso de la historia del pensamiento.