jueves, 20 de septiembre de 2012

Ley de Talles y su impacto en las Adolescentes




Por Lic. Esteban Fernandez

Columna de opinión para publicación en www.periodicosic.com.ar

Link con la nota completa: http://periodicosic.com.ar/2012/09/el-cuerpo-a-merced-de-las-reglas-del-mercado/





El incumplimiento de la ley 12.655 (o ¨ ley de talles ¨) implica, en principio, el establecimiento de un ideal del cuerpo femenino y una negación  de todo aquello que no se adecue al mismo.

Así se transmiten e institucionalizan en la sociedad una serie de conceptos que, implícitamente, tienen un efecto negativo sobre la población. Por un lado, el mercado está expresando que solo existe la mujer delgada, o aquella que concuerda con los talles que oferta. Esos cuerpos que quedan por fuera de esta oferta comercial parecen invisibles, sin importancia, sin una existencia. Así se ejerce una fuerte discriminación, como si solo tuviera derecho de vestirse y de ser mujer aquella que tiene la suerte de concordar con el ideal que el mercado recorta, dibuja y moldea sobre la silueta femenina.

La adolescencia es un periodo donde la subjetividad sufre una crisis. La pubertad transforma al cuerpo y la joven tiene la tarea de venir a darle sentido a ese nuevo cuerpo. Debe significarlo, comprenderlo, abordarlo y hacerlo propio para cuidarlo y disfrutarlo. ¿Qué podría suceder si su imagen es negada por el mercado o por el ideal social? En principio no puede decirse que necesariamente tuviera que suceder algo, como si se tratara de una reacción química donde cada causa tiene su efecto estrictamente determinado. En cada caso dependerá de la estructura subjetiva (historia personal, deseos, fantasías, etc.) para comprender el impacto que esa discriminación comercial está ejerciendo. En ocasiones ocurre que el narcisismo (o autoestima) de la adolescente se ve socavado al considerar que en su cuerpo o imagen hay algo erróneo, negativo o desvalorizado por el hecho de que no va en paralelo con los ideales. En resumen, se vislumbra que esta persona está apropiándose inconcientemente de una significación externa y compartida para darle sentido a su propio cuerpo. Si esa significación le dice que su cuerpo no es el correcto, el resultado es fácil de predecir.

Pero, ¿Es esto suficiente para provocar un cuadro de anorexia, bulimia u otro trastorno de la alimentación? La respuesta es compleja y seguramente no haya una sola, sino múltiples. Desde el psicoanálisis es importante diferenciar diagnosticamente eso que es denominado como un trastorno de la alimentación. Que una chica presente los síntomas de lo que la psiquiatría entiende como anorexia, por ejemplo, no expresa nada de la problemática subjetiva. Una joven puede evitar comer debido a una obsesión con su figura, tratando de estar más ¨ linda ¨, más delgada, más acorde al ideal,  etc. Estos son los casos donde lo que esta en juego es su narcisismo, como se lo expresa anteriormente.  Muy diferente son los casos en donde lejos de querer alcanzar un ideal o estandarte estético social, la adolescente evita alimentarse, alimentándose de nada debido a una conflictiva inconciente en donde se pone en juego las ligazones afectivas inconcientes del Complejo de Edipo. En otras palabras, en estos casos es posible que el incumplimiento de la ley de talles influya de alguna manera en el cuadro clínico, pero el foco de la problemática excede a esa cuestión y tiene raíces inconcientes infantiles mucho mas profundas y complejas. El conflicto, antes que ser entre la imagen ideal social y su cuerpo (como seria en el caso de las chicas obsesionadas con una dieta), es entre el deseo materno de alimentar y la reacción de defensa de la chica que busca una separación desesperada del mismo. 

Mas allá de las diferencias clínicas en cuanto a los trastornos alimenticios, es importante reflexionar sobre los alcances que el incumplimiento de esta ley puede tener al sostener una discriminación activa que no puede ni debe ser legitimada.






martes, 4 de septiembre de 2012

Tengo, Luego Existo


Por Lic. Esteban Fernandez



La máxima cartesiana que reza ¨ pienso, luego existo ¨ intenta dar cuenta de la certeza de la existencia a partir de la duda. Se puede dudar de la vigilia, del sueño, del día y la noche, de Dios, del tiempo y del espacio. Pero de lo que no se puede dudar…es de que se duda. Hay algo que alberga la duda, el pensamiento o la razón y ese algo es un ser.

Sobre este tipo de afirmaciones descansa el lente interpretativo moderno a la hora de entender la existencia, el ser o el yo. Es innovador si se tiene en cuenta que la edad media tiene un fuerte andamiaje en la Fe, la que podría entenderse como el reverso de la duda. No es casualidad que la ciencia gane terreno hasta convertirse en el modo hegemónico de pensar, donde la cuestión de la existencia solo puede buscarse mediante el método y la razón

El ser, en el mundo moderno, se cuantifica. Se mide, se compara, se clasifica, se categoriza, se etiqueta, etc. El ser entra al laboratorio. La duda y la razón definen la posibilidad de existencia, y definen el método con la cual venir a dar cuenta del grado, cantidad y calidad de existencia que allí habita.

La manera en que la ciencia enmarca a la subjetividad, va más allá de las fronteras del laboratorio y se vuelve un mecanismo social de identificación del yo con el ser[1].  Ante las dudas existenciales que la religión ya no puede responder, hace falta una piedra de toque que resguarde al hombre de la angustia del no-ser. Ese interrogante, que apunta inevitablemente a una cuestión profundamente metafísica o abstracta, es contestada con algo tangible, concreto  y que permite al ¨ si mismo ¨ medirse y definirse de algún modo.

El psicoanálisis defiende la idea de que la angustia es universal para el hombre. Entiende que hay hombre allí donde el mero ¨ cachorro humano ¨ es ¨ traumatizado ¨ por el efecto del lenguaje, es decir, de la cultura.  La irrupción del sistema simbólico y su orden artificial, que precede al nacimiento de cada persona, vuelven al ser natural del  humano una mera circunstancia mítica.  Lo Real queda perdido por efecto del Símbolo, el cual introduce la falta en ser. Lo Simbólico nunca es lo Real, pues lo Real es aquello que queda por fuera de lo Simbólico. En otras palabras, el orden natural en el ser humano nunca fue tal, pues esta perdido de entrada debido al lenguaje. No hay ser, puesto que esta perdido. El objeto del instinto no existe, y la relación del ser con el mundo no puede ser mas que perversa, en el sentido de que no hay manera de que pueda volver a ser natural. Por supuesto que hay un orden, pero no esta dado por un apriorismo biológico, sino que es construido sobre el símbolo que encarna a la ley.

En resumen, la condición del hombre es aquella que necesariamente conlleva a la perdida irreparable de una identidad Real. Y de allí el mecanismo de las identificaciones imaginarias, tratando de emparchar esta falta universal introducida por el orden simbólico.

A lo largo de la obra de Freud se encuentran sobradas referencias a la novela familiar en la que se pone en juego una dinámica de amor y odio del niño para con sus padres [y de los padres para con el niño]. Categorizado como Complejo de Edipo, se describen las vicisitudes de la puesta en juego de la pulsión humana en el encuentro con la ley que la ordene en pos de la inclusión del individuo en la sociedad. Es casi un cliché que el varoncito ubique a su madre como el primer objeto de amor y, como consecuencia de esta actividad libidinal, a su padre como un rival al cual odia de muerte.

Cualquiera sea la trama que se despliegue en el complejo edípico de una persona, no deja de ser mas que un recubrimiento imaginario, una novela fantaseada y construida por la neurosis de cada uno, sobre un agujero estructural que se vuelve insoportable para el ser. Podría decirse, forzando las cosas, que el Edipo no es más que el modo neurótico de no saber nada de la falta, de lo imposible, de la castración, de la muerte y de la falta en ser.

La prohibición del incesto, introducida por la función paterna dentro del complejo de Edipo, imprime la ley simbólica que castra al niño [y a la madre], que separa, que ordena y limita. El goce total es imposible, la unión perfecta es mítica, la finitud se hace patente y el ser cae en la cuenta de su incompletud y de la del prójimo. El sujeto se enfrenta con la muerte, con el agujero y opta por taponarlo. Allí donde lo Real [donde podría ubicarse al goce total, instintivo, completo] queda agujereado por el atravesamiento de lo Simbólico [por ejemplo, el Deseo materno y la Ley paterna], el sujeto ubica una ficción imaginaria [el complejo de Edipo tal y como se lo encuentra en la obra freudiana] para no saber nada de eso que sabe. Ante la angustia se ubica el tapón.

En ese lugar determinado aparece el Falo como significante que no significa nada. Aquello que tapa el agujero del Otro, que le da sentido al Deseo materno y que vendría a completarlo es Falo. El sujeto pasa a identificarse con el mismo, según la ficción imaginaria que rodee al significante, en pos de completar al Otro y en el mismo movimiento, completarse a si mismo. Pero en una secuencia lógica, el sujeto pasa de Ser Falo que Tener falo. De esta manera, la persona ordena su vida en el tener o no tener, tanto varones como mujeres. La consecuencia imaginaria del complejo de Edipo del varón es, por lo general, la amenaza de castración que lo acompaña a lo largo de su vida. De esta manera, se considera feliz mientras Tenga falo [representado por un auto, una propiedad, dinero, prestigio, sabiduría, una mujer, el pene mismo, etc.] y sentirá la amenaza de desestabilización emocional en cuanto a la posibilidad de Perder falo, siendo muy común la obsesión.  

En el caso de la mujer, la cuestión de No Tener falo esta desde el punto de partida y su posición será mas vertida hacia la cuestión del reclamo al otro, que le debe algo. En otras palabras, no tiene y quiere tener.
Sea como sea, ambas ficciones fálicas giran en torno al tener o no tener. El ser, en cuanto es no-ser, se identifica a algo mas o menos medible. Eso es lo que permite el falo. No hay nada ¨ natural ¨ que especifique que la vida del ser humano se deba debatir entre el tener o no tener, sino que es un recurso contra la angustia del no ser. Es preferible adormecerse en los avatares del falo que enfrentarse a la angustia que le hace de soporte lógico a toda esa escenificación neurótica.

La modernidad hace un altar de esta dinámica del ser = tener, propia de lo humano, y la potencia a niveles sin antecedentes en la historia obteniendo fenómenos como el del consumismo masivo y un orden capitalista desmedido y salvaje. En pocas palabras, el parche a la angustia existencial de la época puede resumirse en Tengo, luego existo.




[1] Hay que destacar que el yo debe ser entendido como una parte del ser, y no como un sinónimo. 

martes, 26 de junio de 2012

Retrato de Sigmund Freud, por Lic. Esteban Fernandez




Sigmund Freud, por Lic. Esteban Fernandez




(Freiberg, 1856 - Londres, 1939) Neurólogo austriaco, fundador del psicoanálisis. El hombre que habría de revolucionar la psicología clínica y la psiquiatría, se inclinó relativamente tarde hacia el estudio de la Medicina. Se matriculó en la Facultad vienesa de esta ciencia (su familia se había trasladado a Viena en 1859) tras la lectura de las obras de Darwin y de un ensayo de Goethe.
Graduado en 1881, se interesó al principio por la fisiología del sistema nervioso y la anatomía cerebral. Obtenida en 1885 la habilitación para la enseñanza libre de la neuropatología, se dedicó, no obstante, muy pronto a la psiquiatría y marchó aquel mismo año a París para seguir los cursos de Charcot en la Salpétrière, estudiar sus teorías y familiarizarse con las técnicas hipnóticas empleadas por éste en el tratamiento del histerismo y de otros trastornos nerviosos.
Vuelto a Viena (1886), contrajo matrimonio con Martha Bernays, y luego regresó, aun cuando por breve tiempo, a Francia, a fin de aprender en Nancy los métodos hipnosugestivos de cura de Bernheim. De nuevo en su patria, y no demasiado satisfecho (el hipnotismo terapéutico no resultaba fiel y la etiología del histerismo no quedaba explicada), se interesó por el sistema seguido antes por un colega mayor que él, Joseph Breuer, en la curación de una joven histérica mediante el empleo del hipnotismo, no ya para anular los síntomas, sino para superar las inhibiciones de la paciente y hacerle evocar detalles de su vida pasada en relación causal con tales síntomas, pero tenazmente olvidados (método "catártico").
Sigmund Freud trabajó en el mismo sentido y publicó en 1895, con Breuer, Estudios sobre la histeria(Studien über Hysterie). El sistema contenía en germen la terapéutica psicoanalítica y había aclarado la existencia de conflictos ideoafectivos inconscientes como premisas y causas de una condición neurótica; el traslado, en el síntoma, de energías psíquicas no liberadas y, finalmente, la posibilidad técnica de un retorno de la afectividad atascada a sus vías normales de flujo.
Se presentaban, no obstante, dos problemas: primeramente, la posibilidad de una técnica menos insegura que el hipnotismo para la debilitación de las inhibiciones y la evocación de los recuerdos; en segundo lugar, la naturaleza de las emociones y energías psicodinámicas en juego. A la primera cuestión respondió Freud con la sustitución de la hipnosis por la técnica del relajamiento y de las "asociaciones libres", según la cual el paciente es invitado a hablar con absoluta libertad de cuanto llega a su mente y a vincular una idea con otra sin un orden establecido previamente; solucionó la segunda admitiendo en buena parte la naturaleza sexual de las emociones relacionadas con las situaciones olvidadas.
Llegados a este punto (1896-97), Breuer y Freud acabaron por separarse. Había nacido el psicoanálisis freudiano, entendido como técnica de exploración del subconsciente, psicoterapia y teoría psicológica general. Freud descubrió sucesivamente que los contenidos alejados de la conciencia ("removidos") podían expresarse no sólo en los síntomas neuróticos, sino asimismo en otros aspectos no meramente patológicos, y sobre todo en los sueños (a cuya interpretación dedicó una obra fundamental,La interpretación de los sueños, 1900) y en muchos actos insignificantes de la existencia corriente (Psicopatología de la vida cotidiana, 1904).
La sexualidad del adulto le pareció condicionada, singularmente en el neurótico, por hechos y experiencias de la infancia; de la evolución del impulso sexual a partir de la primera infancia trató en la obra Tres contribuciones a la teoría sexual (1905). Más adelante, Freud estableció la psicodinámica de los conflictos del subconsciente en la interacción de tres componentes psíquicas de la personalidad: el Ello, el Yo y el Super-Yo, cuya naturaleza y función describió en varios textos de su madurez, Más allá del principio del placer (1920), Psicología de las masas y análisis del Yo (1921) y El Yo y el Ello (1923).
Al principió, creyó que a los instintos sexuales se oponían impulsos de autoafirmación, que denominó "instintos del Yo"; posteriormente describió los conflictos instintivos fundamentales en términos de amor y destrucción ("Instintos del Eros" e "instintos de la muerte"). Ciertas relaciones entre las manifestaciones neuróticas y las costumbres de los pueblos salvajes le indujeron a estudiar algunos problemas importantes de la psiquis primitiva; apareció así en 1913 la obra Totem y Tabú, que aclara varios de los más arcaicos mecanismos del subconsciente.
Mientras tanto, diversos estudiosos de distintos países habían comprendido el extraordinario valor de los descubrimientos de Freud y, agrupados en reuniones, fundaron con él la Asociación Psicoanalítica Internacional (1910) y los primeros periódicos dedicados exclusivamente al psicoanálisis. La notoriedad de Freud atravesó el Océano; en 1909, la Clark University (Worcester, Massachusetts) consiguió que celebrara una serie de conferencias.
Las lecciones que dio Freud en la Universidad de Viena durante los años de la primera Guerra Mundial fueron reunidas por él mismo en Lecciones de introducción al psicoanálisis (Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1917), completadas por una nueva serie aparecida en 1932. A 1926 pertenece el profundo estudio sobre la angustia,Inhibición, síntoma y angustia (Hemmung, Sympton und Angst). Ya en 1920, tras dieciocho años pasados como encargado de curso, Freud, a los sesenta y cuatro, había sido nombrado finalmente profesor ordinario de la Universidad de Viena. En 1930 se le concede el premio Goethe de la ciudad de Francfort.
Ocupada Austria por los alemanes (1938), Freud que era israelita, se vio obligado a expatriarse y marchó, con algunos familiares y discípulos, a Londres, donde murió al año siguiente. En la última etapa de su vida consagró una atención cada vez mayor a los problemas sociales, religiosos y políticos; aparecieron, así, El malestar en la civilización (1903) yMoisés y el monoteísmo (1939). Verdadero gigante del intelecto y hombre de suprema integridad moral y científica, Freud pertenece al exiguo número de aquellos que han transformado toda una cultura y cambiado el curso de la historia del pensamiento.









jueves, 29 de marzo de 2012

El producto más paradójico de la modernidad es la ¨ felicidad ¨

Por
Lic. Esteban Fernandez
MN 50316/MP 83605


El producto más paradójico de la modernidad es la ¨ felicidad ¨. Cierto es que el término precede a la época.  Por lo tanto, la felicidad aquí es tomada dentro de ese proceso histórico determinado en el tiempo y en el espacio, que le otorga una forma definitiva y acabada a eso que no deja de ser pura idea.

¿Qué significa la felicidad en nuestros días? ¿De qué manera se construye esto que aparece como naturalizado? ¿Qué consecuencias puede tener en el ser humano? ¿Qué reflexiones le corresponderían?

Este proceso histórico tiene sus ejes principales en diferentes hechos que comparten un ideal similar en su base. Se puede citar el desmoronamiento del sistema feudal; la colonización de América y la apertura a nuevos mundos comerciales; el lento pero decidido crecimiento de la burguesía como nueva clase, a raíz de la instalación del mercado como medio de intercambio y posibilidad de movimiento social; la posibilidad de acumulación, especulación y expansión de las riquezas por medio de la ciencia y la técnica; la esperanza en el progreso de esta ciencia y de esta técnica; el renacimiento y su devoción artística, científica y filosófica vuelta hacia el ser humano; la revolución francesa, el contrato social, la revolución industrial, el iluminismo, la ilustración  y el positivismo; un Dios condenado, muerto y sepultado debidamente en pos de un Estado laico, y una economía sin Estado.  Globalización, dominio capitalista y liberalismo.

Sin dudas podría nombrarse y desarrollarse otros muchísimos hitos que engloban a la era moderna. De todas maneras el foco debe ponerse sobre el ideal que todos estos hechos comparten en mayor o menor medida entre si.

Occidente sufre un quiebre a través de los siglos, desde el medioevo hasta nuestros días, en el cual es el propio ser humano quien queda posicionado de una manera novedosa. El hombre decide romper con el cordón umbilical que lo ataba a un Dios Padre todopoderoso, seguro y acogedor ante la angustia de la existencia, pero estático y enemigo del cambio y la movilidad social. Al decir de Nietzsche:


 ¨Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué rito expiatorio, qué juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella? ¨ [1]

Lo que el filósofo alemán del siglo XIX intenta transmitir con su idea es que el sistema moral que rige como mediador entre los seres humanos en la edad media, deja de ser tal a raíz de la llegada de la modernidad. El centro de la escena es recuperado por el individuo, desterrando a la divinidad a un segundo plano, cuando no a la desaparición total de la misma.

Una de las aristas principales en la que descansa el advenimiento de esta nueva era es en el método de la ciencia. Es decir, es un nuevo lente con el cual mirar al universo. La ciencia destierra la fe en Dios, y paradójicamente la reubica en el método. Allí donde el hombre cree conquistar un nuevo terreno para el campo del conocimiento objetivo (lográndolo), aporta también los elementos para que la fe encuentre un nuevo modo de existencia.

El empuje que adquiere la ciencia y su progreso viene de la energía que se le ha quitado a Dios y a la vida después de la muerte. En términos freudianos, podría decirse que se ha restado la catexia libidinal que investía  a Dios para venir a posarla sobre la esperanza que ofrece el Progreso moderno. El mundo ¨ libre ¨ adquiere patrones totalitarios, totalizantes y con un horizonte de hegemonía y monopolio del pensar. Se van pautando las nuevas maneras de razonar correctamente, y de negar lo diferente (es decir, aquello que escapa al método) tildándolo casi de ¨ herejía ¨. La ciencia también tiene sus dioses y sus demonios, sus altares y sus hogueras.

El hombre logra conquistar un lugar de importancia impedido durante siglos por estar condicionado bajo la mirada terrible de ese padre celestial. Se deja de mirar al cielo, para venir a mirarse a si mismo. Y ese movimiento que le otorga una importancia postergada, también lo deja completamente solo en la existencia. Si por encima del hombre no hay nadie, ¿quién cuida de él?

Si el vacío de la existencia humana encuentra la manera de negarse mediante la religión (no hay que olvidar que toda forma de religión, mas allá de sus diferencias, comparte el triunfo de algún tipo de vida por sobre la muerte. En ese sentido aparece la resurrección, el reino de los cielos, la reencarnación, etc.), es entendible que el hombre moderno se encuentre frente a un abismo, ya que él mismo ha corrido los velos que le permitían su estabilidad espiritual.

No se confunda el lector. No se juzga aquí la veracidad de tal o cual creencia, la importancia de tal o cual dogma, doctrina, teoría, forma de pensamiento, fe, etcétera. Simplemente se las destaca como funciones  que operan sobre la subjetividad del hombre. Realmente no esta en cuestión la existencia de Dios, sino que consecuencias tiene en el aparato psíquico la creencia o no en éste, por ejemplo, a nivel histórico. Haciendo esta salvedad, se prosigue.

Bien, el hombre moderno se empuja a si mismo al abismo propio de la existencia sin divinidades, pero también decide tomar un camino determinado: el de la fe nuevamente, que ahora descansa en el Progreso. Se crea un nuevo horizonte, mas racional, terrenal, pero compartiendo esa sensación de completud que conoce a la muerte, pero nada quiere saber de ella.

Como se postulaba al comienzo de la nota, la felicidad adquiere tintes determinados en épocas determinadas. La bienaventuranza, o felicidad medieval, da paso a la felicidad moderna. Ambas comparten la ilusión de la falta de faltas.

La operación que se pone a rodar es la de inflamar al yo, al ego. A tal punto de que si bien puede entenderse que la muerte, el dolor, el vacío y los aspectos sin sentido de toda vida tienen su existencia en este planeta, estos no son reconocidos en su valor. ¿Qué importa que la muerte nos aceche si el yo adquiere un grado tan abarcador que  la ilusión de completud nos rige e indica el camino a seguir? La Felicidad no da lugar al agujero.

Para Lacan, siguiendo los pasos de Freud, el yo es principalmente una función de desconocimiento. No es una autonomía, sino más bien una alineación. La persona se reconoce en su yo, especularmente, y en el mismo movimiento se permite no saber nada de aquello que no sea tolerable por este yo. El yo es, en pocas palabras, una ilusión de completud, de individuo (de ser una cosa total, sin divisiones), pero no deja de ser una mera ilusión. 

La subjetividad de la edad media presenta un yo construido sobre ese Dios que juega como el elemento principal en la ilusión de completud. La subjetividad del hombre moderno no puede darse el lujo de hacer descansar al yo sobre religiones, pero aun así no se resigna a perder una ilusión que no sepa nada de eso que conoce. Hoy lo tengo, quizás mañana lo tenga, quizás algún día lo sea. En algún lado debe estar la felicidad, o la falicidad*

No hay deseo, pues hay progreso. Si hay progreso, la felicidad esta a la vuelta de la esquina. No hay razones para desear, ya que lo que falta debe estar en algún lado, si es que no lo tengo conmigo.

Solo puede haber lugar al deseo allí donde hay un pasaje por la castración, es decir, por la responsabilización de que la falta es inherente a la existencia humana. Mientras tanto, solo hay un mero anhelo yoico, alienado a los horizontes que cada época ofrece. Un anhelo que conoce los ideales sociales del Otro, se identifica a estos en mayor o menor medida, pero que nada sabe de su falta como revés lógico de eso que es  irremediable.

Podría escucharse: ¨ si la felicidad juega un rol de velo a la falta, a la finitud del ser y no es mas que ilusión del ego, de lo imaginario, puro narcisismo  ¿solo resta aceptarlo de tal manera y proponer una existencia infeliz?¨

De ninguna manera. Una propuesta tal seria estar parado sobre esa misma ilusión, sobre la misma lógica fálica. Pero de la vereda de enfrente, digamos.

El falo permite esa función de pensamiento binario en la que el sujeto se desconoce y el yo queda atrapado en los vaivenes del mismo. Neurosis. Tanto el feliz como el infeliz pertenecen al mismo sentido compartido, a la misma moral. El feliz se cree completo, el infeliz cree que alguna vez lo será o alguien más lo es.

Se está tan identificado a este sentido que se vuelve casi inimaginable otra posibilidad de encarar la vida. Se aferra al sentido moral compartido en el mismo movimiento que se rechaza el advenimiento de la ética singular y deseante.

No es de extrañar que el universo psiquiátrico y psicoterapéutico propongan una eficacia en donde cada persona puede lograr ¨ reconquistar ¨ esa felicidad, bienestar o ¨ calidad de vida ¨ perdido a raíz de un trastorno. Estas disciplinas se enmarcan en el mismo ideal que la época propone, viajando sobre los mismos rieles y apuntando a la reconstrucción del ego. En este sentido, su eficacia es comprobable. Se le da al padeciente el objeto que le falta para ser feliz, o se le enseña el camino óptimo para poder conseguirlo. Se cicatriza la falta, obturando a la angustia en cuanto emerge dándole un ropaje más resistente al yo que tambaleó en su superficie de sentido. En cuanto una pregunta hace sospechar de la existencia de una falta, se la tapona. Se devuelve al paciente al camino de la ilusión de la felicidad y completud que el método ha logrado conquistar.

También puede escucharse: ¨ ¿pues bien, que otra alternativa hay a todo esto?¨  Estaba avecinándose. También existe la opción de la experiencia del análisis. Si algo hay en el horizonte de la dirección de la cura analítica, es el de procurar ese movimiento subjetivo que saque al paciente del adormecimiento del sentido, en pos de hacerse responsable de su castración, y de la del Otro. ¿Hay vida más allá de la felicidad? Hay una vida plena en el campo del deseo, una vida organizada en los puntos cardinales de cada singularidad. Pero advenir deseante es también ser responsable.



* en psicoanálisis, el falo es aquello que el sujeto se viene a ubicar en la falta, permitiendo aquella significación fálica que riegue de sentido aquellos baches de la subjetividad. La significación fálica tapona una falta esencial, en el plano de lo imaginario (donde se ubica el yo)


[1] Nietzsche, La gaya ciencia, sección 125

domingo, 19 de febrero de 2012

Ataques de Pánico: ¿Tienen Solución?





Por
Lic. Esteban Fernandez
MN 50316/ MP 83605





Para comenzar es necesario establecer una descripción de lo que se conoce como ¨ Ataque de Pánico ¨. Según el  Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM IV),  este cuadro es definido en base a ciertos episodios en los cuales surge una sensación de terror sin que haya un estímulo concreto que la motive. La clasificación dentro del manual es más amplia, especificando la cantidad de episodios y otras características que se engloban en la misma. Se hace referencia a los mareos, sudoración, temblores, etc., que muchas veces acompañan a la sensación de miedo desbordante. También se ocupa de ubicar en otras categorías a cuadros parecidos, permitiendo el diagnostico diferencial,  como la fobia en sus variedades, por ejemplo.

De todas maneras, lo importante aquí no es centrarse en las clasificaciones del manual psiquiátrico, sino tratar de entender un poco mas acerca de este fenómeno tan divulgado y conocido, pero pocas veces entendido.

Es muy común encontrarse en el consultorio con pacientes que presentan un vínculo muy particular con este tipo de afecciones. Saben describir muy bien las sensaciones y pensamientos  que vivencian durante los ataques, pero no logran dar cuenta del por qué de los mismos. Y más aún, no sienten que esos ataques tengan ninguna relación con sus vidas, historia, personalidad, afectos, etc. Sufrirían de ¨ pánico ¨ de manera análoga a como alguien podría sufrir  un resfriado. En otras palabras, el paciente que sufre de ataques de pánico no suele implicarse subjetivamente al malestar que lo aqueja.

Frente a esta demanda del paciente se abren dos grandes formas de abordaje dentro del campo profesional ¨ psi ¨ (el orden en que aparecen a continuación es meramente arbitrario): una tiene que ver con el propuesto por la psiquiatría y las psicoterapias asociadas a la misma (como por ejemplo, aquellas denominadas ¨ terapias breves ¨, ¨ focalizadas ¨, ¨ cognitivo/conductuales ¨, etc.). Todas estas disciplinas están enmarcadas en una lógica de salud y enfermedad mental de tipo médico, poniendo el mayor énfasis en las cuestiones orgánicas intervinientes (el cerebro y el sistema nervioso), donde lo psíquico aparece en una suerte de efecto de las alteraciones físicas. Desde este marco, el ataque de pánico (como cualquier otro cuadro psicopatológico) es considerado como análogo a las enfermedades médicas. Se aplica psicofármacos y  diferentes técnicas de control, adaptación, re-educación y condicionamientos hasta que el mal que aquejaba al paciente ya no se evidencia. En otras palabras, se ayuda al paciente a ¨ dominar ¨ las sensaciones o a evitarlas.

En cuanto al ataque de pánico, se suele aplicar medicación ansiolítica (se inhiben ciertas funciones orgánicas intervinientes en el mecanismo corporal de la ansiedad) complementándosela con diferentes técnicas de ¨ inhibición ¨ psicológica. Estas últimas responden a un reacondicionamiento de las ¨ ideas patógenas ¨ por nuevas ¨ ideas sanas ¨ o ¨ adaptativas ¨. Se le enseña al paciente a no tener miedo, aunque no pueda siquiera saberse a que es a lo que se le teme.     Esta es la solución propuesta, a grandes rasgos, desde este enfoque disciplinario.

La segunda forma de abordaje, aquella que proviene del psicoanálisis (fundado por Freud y desarrollado hasta el presente), propone que en el padecer psíquico existe una lógica inconciente, propia de cada subjetividad. En lugar de sostener que el ser humano es un individuo (es decir, que no esta dividido) constituido como una totalidad orgánica/psíquica, demuestra que el sujeto es, en si mismo, un ser estructurado por diferentes instancias psíquicas. Así demuestra que por un lado existe la vida conciente, pero que al mismo tiempo existe el mundo de lo inconciente, operando sobre la misma persona. El ataque de pánico es un gran ejemplo de todo esto: el paciente no puede decir nada acerca de que es lo que le hace tener esos estados emocionales. Las razones permanecen veladas hasta que se le da un lugar a la palabra. En esta diferencia se puede ubicar, respectivamente, a la psiquiatría y su individuo totalizado  por un lado, y al psicoanálisis y a su sujeto  dividido por el otro.

La solución que aporta la doctrina freudiana dista de la psiquiatrica fundamentalmente en que no se busca controlar, inhibir o reacondicionar el padecer, sino que se busca poder reubicar, en el contexto subjetivo, el lugar que ese dolor tiene en la historia y la vida emocional del paciente. No se trata de taponarlo, sino de lo contrario. De esta manera se ordenan los elementos psíquicos inconcientes con aquellos concientes, otorgando la posibilidad de que el paciente advenga a una nueva posición en la que ese padecer deja de ser un enigma sin sentido. Al ir encontrando los nexos, desde lo conciente a lo inconciente, aparecen los conflictos internos olvidados, negados o invisibilizados  que hacen de base al ataque de pánico. Así, no solo cede aquel malestar que trae al paciente a la consulta, sino que permite un reacomodamiento global de la subjetividad. No hacen falta así medidas de control ni inhibición farmacológica.

Hace falta aclarar que esta es solo una exposición descriptiva. Ambas disciplinas, si bien plantean la problemática y la solución desde diferentes modos de entendimiento, pueden trabajar interdisciplinariamente. Esto quiere decir que es posible el abordaje conjunto sobre la misma cuestión.

Se evidencia que no existe una solución para el ataque de pánico, sino que existirían más de una. Y en esta pluralidad de posibilidades de intervención, se hace necesario preguntarse por la calidad de cada una de ellas. ¿Es la solución el control y la medicalización? ¿Puede esto ubicarse cualitativamente al mismo nivel de la solución en cuanto advenimiento subjetivo, aquel que introduce un cambio profundo en la persona que padece?

La tarea de cuestionar esta temática involucra, por supuesto, a los profesionales del ámbito de la salud mental, sea cual fuere su orientación teórica. Pero por sobre todo, también debería involucrar a la población en calidad de paciente, ya que es quien debe decidir que tipo de intervención y solución desea para si mismo y su entorno.